Utilizar ChatGPT u otro sistema de inteligencia artificial para realizar un trabajo de clase o cualquier otra tarea es una tentación hecha realidad cada vez por un mayor número de alumnos. Un hecho inevitable que plantea a toda la comunidad educativa nuevos desafíos con sus beneficios e inconvenientes.
Son muchos los artículos a este respecto que hablan de que la inteligencia artificial permite adaptar la experiencia educativa a las necesidades individuales de cada alumno. Ya existen sistemas inteligentes que analizan datos académicos, estilos de aprendizaje, motivaciones e intereses, para crear planes de estudio personalizados e individualizados, así como, ajustar el ritmo de aprendizaje y ofrecer contenido relevante y atractivo.
Algo que a priori favorecerá una mayor equidad e inclusión, puesto que se pueden ofrecer oportunidades de aprendizaje personalizadas a todo el alumnado, independientemente de sus características o habilidades.
Y al otro lado, pensando en el profesorado, la inteligencia artificial podría optimizar el tiempo de los docentes liberándolos de tareas repetitivas como la evaluación o calificación de pruebas, la creación de materiales y la gestión administrativa; reduciendo su carga burocrática. Esto les permitiría dedicar más tiempo a la planificación de las sesiones, la interacción con los alumnos y su propio desarrollo profesional.
